En
numerosas ocasiones, las dificultades con la comida pueden estar relacionadas
con problemas no resueltos, bien con nosotros mismos, o bien con otras personas.
La comida puede funcionar con ansiolítico, y en nuestra cultura el mundo
emocional y la alimentación, se encuentran ligados en el mismo lenguaje “Esa
mentira, no me la puedo tragar”, “Se me revuelve el estómago”.
Además
la cultura social en la que estamos envueltos también tiene un vínculo con la
alimentación, en tanto que las tertulias sociales, familiares, las
celebraciones e incluso las reuniones de trabajo se celebran alrededor de la
comida.
La
comida es también la forma a través de la cual recibimos, en la infancia, el
alimento afectivo de nuestra primera figura de apoyo, nuestra madre. Cuando nos alimentan, también nos dan el
mensaje de que nos quieren, de que nos cuidan, etc.
De esta
forma, algunos alimentos han estado asociados a afectos placenteros, momentos
que nos hacían sentir tranquilos e importantes. Quizás por ello, ahora, cuando
estamos tristes o inseguros, buscamos aquel alimento asociado con un instante
de la vida en el que nos sentíamos seguros y queridos. (Menéndez, I., 2005)
También
los alimentos tienen propiedades que nos hacen sentir mejor, no sólo por un
recuerdo, si no por el desencadenante de sustancias en el cerebro que nos hace
sentir mejor: la serotonina y otros elementos influye en nuestro estado de
ánimo y funcionan como potentes antidepresivos o ansiolíticos. Pero esto puede
generar problemas cuando perdemos el control sobre ellos y entonces nos hace
sentir mal.
Es
por ello que la comida puede estar ligada a las emociones y muchos problemas
pueden conectar uno con otro.
EL
MIEDO A NUESTRAS EMOCIONES
La
comida se puede convertir en una defensa para protegernos del miedo a los
afectos. Por ejemplo a reconocer el deseo de ser independiente, o de abandonar una
situación, o del miedo a ser rechazados o a la propia la desilusión de no ser
como queremos. Negar estos sentimientos, las emociones y los pensamientos, en
ocasiones trae consecuencias que puede afectar a cómo nos comportamos con
nosotros mismos, pudiendo a través de la alimentación expresar aquello que no
decimos.
Controlar
la alimentación de forma extremada puede responder a la falta de control en
otros aspectos de la vida, las dietas estrictas pueden intentar ordenar algo
que no está claro en nuestra mente, la culpa puede ser aplacada gracias a la
ingesta, o la tristeza y la pérdida dejarnos un hueco que, al no ser
conscientes de su vacío, intente ser llenado de otra forma
¿Qué
podemos hacer ante el comer emocional?
Lo
primero, párate a pensar sobre ti mismo, sobre tus miedos y emociones, sobre tu
situación actual y tus expectativas, piensa en que medida la alimentación responde tu vida emocional, cuándo sientes hambre, cuándo
comes “por comer” ¿Qué ocurrió antes? ¿qué piensas?
Algunas
pautas, para comprobar si nuestro comer es emocional, pueden estar las
siguientes:
Lo
primero que podemos ponernos es observar: cada vez que sintamos ganas de comer,
detenernos a pensar si realmente tenemos hambre (por ejemplo han pasado 3 horas
desde la ultima comida, o comerías cualquier cosa o algo en concreto) o si lo
que sentimos corresponde más a una necesidad indeterminada o vinculado a alguna
emoción: es probable si es así, que sea
un sentimiento de ansiedad, tristeza, rabia, etc. que sale a la luz en forma de
apetencia.
Cuando
ocurra esto, detente y piensa que ha ocurrido en tu cabeza antes de que viniera
la sensación y anótalo: un pensamiento, una discusión, un sentimiento de
soledad, miedo…
Observa
si la hora y el pensamiento se repite, si existe algún patrón que se
corresponda con la conducta. Si hay alguna situación que desencadene a menudo
una respuesta de atracón, si hay algún recuerdo vinculado a esto.
Observa
también cómo te sientes cuando comes y lo que ocurre después: por ejemplo,
sensación de alivio mientras comes y culpa después, lo que genera más ansiedad.
¿Y
si queremos empezar a cambiar algo en la conducta?
Haz
una lista de aquellas cosas que te gusta hacer y con las que disfrutas, de las
que te sientes orgulloso/a y cuando sientas esta “hambre emocional” intenta
desviar la necesidad a alguna de ellas (Craighead, 1985),: dar un paseo, hablar
con alguien, mirar en internet, etc.
Introduce
cambios en hábito alimentarios (Stuart,1971): sigue una serie de pautas dirigidas a comer despacio, en un
mínimo de 20 minutos, además de centrar la atención en lo que se está haciendo
¿a qué sabe? ¿qué textura tiene? ¿te recuerda a algo?
Practica
ejercicio (Saldaña y Rosell, 1988), poco a poco: paseos, subir escaleras
andando, realizar actividades cotidianas con más esfuerzo, practicar deporte o
actividades que supongan un refuerzo y también aquellas que nos ayuden a
aprender a centrar nuestra atención y a relajarnos, como yoga, pilates, etc.
Y
recuerda, que en numerosas ocasiones es necesaria la atención por parte de un
profesional que nos ayude a enfrentar las situaciones con una serie de técnicas
y herramientas que nos facilite el proceso
Teresa Gallego y Alicia M. Peral
Gabinete de
Psicología y Salud Cuántica
Teléfono: 942
049 112
c/Vargas 55ª
3ºB. Santander
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